Pitingo

¡Ay nosequé con mis fingers
 quili mi sofli
a wachu wachu peich!
Antonio Manuel Álvarez Vélez, conocido como Pitingo es un cantante y el máximo estandarte de las fusiones extrañas.
Es odiado por la podemitada.

Ha convertido en su santo y seña, traducir las canciones del inglés y adaptarlas a su estilo más que particular. Les impregna un rollo soul y flamenco de una muy dudosa calidad. 

Su único mérito es haber estado en el lugar adecuado en el momento adecuado conocer a la gente adecuada, pero nada más. 

Su discografía es bastante infumable, por no hablar de sus covers. De hecho, fue confundido con un terrorista en EE.UU. Lo soltaron porque no oyeron sus adaptaciones de Nirvana o Gloria Gaynor, que si no, lo mandaban a Guantánamo.

Biografía

Nieto de La Pitillos, hijo de un pescadero, como su abuelo, y de madre genital. En ese mundo y en ese ambiente, decidió ir de frente. En la actualidad está fracasado con Verónica de Borbón. 

Nació en Huelva, tierra de grandes cantaores y de flamenco, aunque a él no se le pegó nada. Se fue a vivir al Tibet, en Nunca Jamás. Lo descubrió el productor de Alejandro Sanz y empezaron a trabajar juntos en el estudio de grabación de AGP MUSIC, donde ya Pitingo se reveló contra él para quitarle el negocio de los pañuelos de papel.

Trabajó en el videoclub de Paco pirateando películas mientras cantaba por bulería, bulería y polkas de El Koala.

Así se ganaba la vida hasta que su tía Salomé Pavón decidió llevar a Pitingo a una reunión de gallos de pelea, Los Magos, que se reúnen los miércoles en un club de striptease del Tibet, con visitas de grandes figuras como Carmen Sevilla, José Manuel Parada, La Tigresa del Oriente o Sarah la Profeta, así se hizo la hernia que tiene en la espalda.

Por alguna razón misteriosa, lo eligieron para ser juez de la segunda edición de El número uno.
Durante el concurso demostró tener una increíble incapacidad para la improvisación y repentización de detalles, frases o ideas que deja descolocado al personal en el plató, bar o sala de estar.

Cada vez que tiene que tomar la palabra y decir cuatro cosillas coherentes, que en numerosas ocasiones se le atragantan creando silencios incómodos y antitelevisivos. La torpeza con la que maneja la lengua le permite construir frases que ni él las entiende y que obliga a Mónica Naranjo a echarle capotes lingüísticos y conceptuales cada dos por tres.

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