Ilan Cuesta
Llegó el trágico día en el que le pusieron un bozal de hierro y empezó su calvario personal. No se atrevía a sonreir frente a su amada Carla. Su madre lo convenció para que fuera a la fiesta del insti y se decidió a ir a la fiesta y lanzarle una sonrisa con su bocijarro metálico .
Hay quien cuenta que la cosa fue un poco más chunga y su madre era una hija puta psicópata.
Al menos aprendió de su madre que si haces reir a una mujer, si ve que no te avergüenzas, te la has ganado. Lo malo es que este consejo es una mierda sinsentido que no sirve para nada. El pobre fue sonriente y seguro hacia el matadero y que ni decir que no se ligó a Carla, por mucho que le hizo sonreír y los amiguetes se mofaron de él toda la noche, incluso utilizaron el tema para charlar con Carla e intentar ligársela ellos.
La fiesta se desmadró y a un gracioso se le ocurrió meter alcohol en el ponche y acabó la cosa bastante fea. Carla cogió un pedo de muerte y cuando le vio aquello se partió de la risa. Él contrariado, fue corriendo a casa llorando. Incluso días después fue al Diario de Patricia a desahogarse Carla quedó inconsciente y sus amiguetes aprovecharon para tirársela. Se la fueron pasando como si fuera un porro unos a otros. Días después daría la luz a un churumbel, pero eso ya es otra historia.
Acabó el resto de sus días encerrado en su habitación jugando a la PlaStation hasta que definitivamente se le fue la pinza y mató a sus padres con una katana. Se resistió a la policía y fue abatido a tiros. Poco después, apareció Juanma Castaño y dijo: ¡Menuda fiesta hay allí!.
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